SOCIALIZAR PÉRDIDAS, ¿OTRA VEZ?
Cuando la normalidad retorne a nuestras vidas y haya que pagar la factura de la pandemia volveremos a asistir al mismo espectáculo que ya vivimos en la pasada crisis.
Comerse los fondos públicos para que las pérdidas se socialicen. Se pondrán a los trabajadores como justificación y parapeto y se apoyarán en los habituales cooperadores necesarios, que presionaran a las autoridades que, a su vez, caerán en la inercia fácil de favorecer a los que más tienen para que las cosas sigan igual. Así que toda la sociedad pagará las pérdidas para que unos pocos sigan con sus negocios como si tal cosa.
Para cuando ese momento llegue, otros vemos una ventana de oportunidad. Será el momento de reconducir el modelo económico para abandonar progresivamente la dependencia del turismo y apostar por actividades, sectores e iniciativas que diversifiquen la estructura económica y sean más resilientes al azar y los eventos que no se pueden controlar.
La actividad turística en Canarias ha llegado a una situación crítica. Su participación en el PIB, de casi el 40%, debería haber encendido las luces de alarma porque la dependencia de un sólo sector es tan desaconsejable como peligrosa.
Además ha traído no sólo un consumo desmesurado del suelo litoral sino que además se lo ha apropiado imponiendo las reglas sobre el mismo.
Ha basado el modelo de negocio en el sometimiento a la intermediación propiciando que la prestación finalista sea de muy bajo valor, lo que implica que para conseguir facturación haya que trabajar un modelo intensivo, cuantas más camas mejor.
Y, como se sabe, en este siglo XXI, se sigue optando por un modelo paquetizado heredado de una época en declive.
La empresa, más allá de la explotadora propietaria, en ese modelo es totalmente oportunista. No aporta apenas capital al proceso, se apropia del poco valor que se genera y no tiene vocación de permanencia porque en este modelo de negocio no asume riesgos de ningún tipo, por lo que solo gana y cuando no gana desaparece rápidamente.
Cualquier circunstancia tensiona su “plan de negocio” por lo que los puestos de trabajo que genera son de mala calidad, mal retribuidos y de alta temporalidad, cuando no utilizando la cesión ilegal de trabajadores con los de las comunidades de propietarios.
La legislación turística de Canarias le ha dado cobertura a ese modelo por encima de cualquier otro objetivo llegando al paroxismo de proponer la expulsión de los ciudadanos de su propio territorio en favor de esa explotación intensiva.
Cuando esta situación pase, tenemos la oportunidad soñada, tantas veces anunciada y nunca perseguida. Diversificar la estructura productiva.
No es cierto que los canarios estemos condenados a vivir del turismo o del binomio construcción-turismo.
Al menos, ya no.
Insistir en premiar a las empresas a que perpetúen el modelo caduco es una pérdida de oportunidad. Las actividades ligadas a la revolución tecnológica y a la economía del conocimiento, entre otras, son las que deben recibir el grueso de los recursos públicos, dejando al turismo como una actividad complementaria, importante pero no esencial.
Y para soltar amarras resulta imperativo cambiar la legislación turística, desvincularla del suelo, y redimensionar una industria que ha demostrado su insostenibilidad social y su voracidad fiscal.