TURISMO, ¿QUE HAY DE LO MÍO?

TURISMO, ¿QUE HAY DE LO MÍO?

En Canarias, el turismo, como motor de cambio social, ya cumplió su papel.

Y, en Maspalomas por ejemplo, la gente lo sabe bien. Las siguientes generaciones han quedado atrapadas en una realidad que fue de sus padres, pero no es la suya. Y, para ellos, el turismo es ahora sólo una oportunidad pero insuficiente.

El turismo tiene ventajas indudables pero la actividad económica debe servir para algo más que la ‘beneficencia’, porque la actividad con la externalización de servicios, el no acogimiento a Convenios del sector, temporalidad, etc., proporciona un empleo precario que repercute negativamente en lo público. El sector utiliza a la población nativa como mano de obra barata para el sustento y desarrollo de sus negocios, sin que aquellos participen de los pingües beneficios que obtiene la industria. Los ciudadanos deben participar en los beneficios que la actividad reporta para encontrar la utilidad de soportar los inconvenientes que son muchos.

A pesar de las voces que ensalzan el tamaño del sector, es claro su sobredimensionamiento. Y es aún más clara la ausencia de un reparto equitativo de las rentas generadas en el proceso. Los salarios son bajos, la ocupación del suelo litoral absoluta, los recursos públicos dedicados ingentes y la rentabilidad neta escasa.

El modelo turístico basado en la multiplicación de los visitantes ya no funciona. Es ineficiente, de bajo valor agregado y no suma bienestar colectivo. Al contrario, acentúa las desigualdades y las perpetúa y presiona a la autoridad fiscal hasta el extremo.

Lo que se pretende es que el Estado, es decir todos, apoye la continuidad de todos los negocios, que asumamos todos la pérdida de beneficios y que renunciemos a gravar la actividad. Y el momento es idóneo porque propicia la relajación de los controles.

Lo que se impone, por el contrario, es una intensa y urgente definición de nuevas reglas. Nuevas reglas para distribuir las rentas de un modo más horizontal, para propiciar la introducción de capital al proceso, para reconvertir las zonas turísticas en espacios ciudadanos de convivencia y para reducir la dependencia de agentes externos.

La RIC encuentra en estos momentos un nuevo sentido al que hay que empujar. Los fondos detraídos de los impuestos empresariales ahora se deberían incorporar, para que retornen como capital, a estas empresas y que, así, la patronal turística pueda solventar esta crisis empresarial y laboral.

Los nuevos productos deben tener acogida inmediata y se debe propiciar la comercialización directa con herramientas digitales propias.

Desde luego, la contribución fiscal justa es irrenunciable. Los tributos son los elementos que redistribuyen, corrigen, igualan y permiten, además, que tengamos ámbitos de calidad en la vida cotidiana (agua, luz, alcantarillado, transportes, etc…). Es más, las quitas o el perdón impositivo (RIC) no tienen efecto alguno bueno en la economía.

Y, por último, ha llegado ya la hora de desvincular el turismo de la política urbanística.